¿Tu frustración o mi frustración?








Uno de los temas de psicología infantil que más me apasiona hace referencia a los problemas que suelen aparecer en la crianza de los niños, en especial los problemas de comportamiento y en este blog realizaré varias entradas relacionadas con este tema, estos post son útiles para padres de niños con cualquier problema de conducta independientemente del TEA.
Para empezar, es importante tener en cuenta que la forma en la cual criamos a nuestros hijos viene condicionada y en muchos casos determinada por el momento social, cultural e histórico en el cual nos encontramos, solo hay que observar las enormes diferencias con las cuales nos educaron a nosotros y comparar las pautas de crianza que hoy por hoy aplicamos en la educación de nuestros hijos con todas aquellas pautas que utilizaron con nosotros.

Me gustaría ante todo hacer un paréntesis para dejar claro que esta entrada hace referencia a los problemas conductuales que afectan a todos los niños, tengan o no tengan TEA. Es importante hacer esta distinción ya que en el TEA se presentan problemas de conducta relacionados con dificultades de procesamiento sensorial, problemas también relacionados con la comprensión del lenguaje o con la dificultad para expresarse en caso de no tener lenguaje o un medio de comunicación alternativo. Este tipo de alteraciones no tienen nada que ver con la actitud de los padres, por lo cual requiere un abordaje especifico y muy individualizado. Es verdad que este post está escrito desde mi propia vivencia, en nuestro caso, al menos hoy por hoy no tenemos problemas serios de conducta, tenemos lenguaje funcional, buena comprensión y problemas sensoriales mínimos, con todo esto, podemos decir que nuestras rabietas o problemas conductuales del día a día, no se diferencian mucho de los de cualquier padre.

Os pondré un ejemplo concreto para clarificar mejor los conceptos. Un niño pequeño, de 2 a 3 años se niega sistemáticamente a guardar los juguetes a pesar de comprender perfectamente la instrucción “guardar” y a pesar de comprender perfectamente que la actividad jugar a finalizado, sin embargo, no solo opone a realizar la tarea, sino que incluso muestra enfado a través de las rabietas, algunas de gran intensidad y duración. A través de la rabieta el niño obtiene varias ganancias o beneficios:

1-Atencion del entorno (padres).
2- Evitar hacer una actividad que le resulta tediosa.
3- Incluso llevarse un beneficio extra como un dulce, la Tablet , móvil o cualquier otro "premio" en caso de que la rabieta se hiciera desproporcionada e inmanejable.
Como se puede observar, las rabietas tienen unas funciones bastante claras, no ocurren por falta de comprensión ni por problemas sensoriales, ocurren por reforzamiento (atención, beneficios, etc.), este tipo de aprendizaje es muy básico y se construye sobre premisas del tipo: “si hago esto, obtengo aquello”, suelen ocurrir en todos los niños, el problema viene cuando son demasiado intensas o frecuentes.

Una vez conocemos la causa de las rabietas, podemos establecer una diferenciación y darnos cuenta de que en gran parte de los problemas de conducta nosotros como padres tenemos buena parte de responsabilidad, la mayoría de las veces no somos conscientes de que estamos haciendo “mal” para contribuir a reforzar los problemas, todo ello se relaciona mucho con las prácticas de crianza que ponemos en marcha y esto a su vez está fuertemente influenciado por las ideas que cada sociedad de acuerdo a la época y al momento cultural en el cual estamos inmersos.

  Las sociedades cambian y en muchos aspectos hemos mejorado, hoy en día somos más democráticos y damos mayor importancia al desarrollo emocional. Atrás van quedando esos estilos de crianza más autoritarios, en los cuales los castigos eran mucho más severos, muchas veces desproporcionados y sobre todo había poco interés en el mundo emocional- afectivo del niño.
Sin duda, en estos aspectos vamos mejorando, sin embargo, algo no estamos haciendo del todo bien, ya que se está observando un importante incremento de consultas de padres preocupados y muy desbordados que se quejan de la desobediencia de sus hijos y de la tendencia de estos a desafiar y oponerse continuamente a su autoridad, algunos a través de las rabietas. ¿Cuál podría ser la causa de todo esto?, bueno, hay muchas razones que poco a poco iré explicando en el blog, sin embargo, hay una que me llama poderosamente la atención y es la intolerancia a la frustración, y no me refiero precisamente a la falta de tolerancia a la frustración en los niños, si no a la nuestra, como padres.

Y es que vivimos en una sociedad que continuamente nos insta a sentirnos bien, a ser felices siempre. Una sociedad que censura y elimina lo negativo.  Estas ideas actúan como poderosos mantras de los cuales no somos conscientes, de hecho el experimentar emociones mal llamadas negativas es malo y hay que evitarlas de cualquier manera, lo cual resulta absolutamente imposible, porque nuestra condición humana no está diseñada para operar de esa manera, siendo realistas, el ser humano opera de forma totalmente contraria, fijándose mucho más en lo negativo y experimentando muchas más emociones “negativas” que positivas, esto es así y es la base de la evolución, hemos evolucionado como especie por nuestra tendencia a poner el foco en aquello que no funciona con el fin de arreglarlo. En el caso de la frustración, es una de las emociones que más nos acompañan a lo largo de nuestro transitar por la vida.

En este punto os estaréis preguntando como se relaciona esto con la crianza de los hijos y que tiene que ver nuestra intolerancia a la frustración con todo esto, pues tiene mucho que ver y es que muchas veces concedemos todo a nuestros hijos con la intención de no frustrarles para que ellos no sufran, sin embargo cuando hacemos esto no estamos buscando ahorrarles sufrimiento, lo que buscamos en evitar la frustración que genera en nosotros el verles llorar, hacer pataleta o que lo pasen un poquito mal.  Las acciones concretas que solemos realizar consisten en darles dulces, la Tablet, el móvil, comprarles cosas en el supermercado para que nos dejen en paz o simplemente ceder ante la rabieta y no forzarles a cumplir con sus deberes, por ejemplo.

Cuando como padres decidimos evitar el malestar inmediato y solucionar el problema a corto plazo, en realidad no somos conscientes de ello, de hecho, jamás nos hemos parado a pensar que estamos evitando entrar en contacto con emociones desagradables. Una vez nos damos cuenta que la crianza de nuestros hijos está siendo condicionada por nuestros propios estados emocionales y que estos a su vez vienen determinados por las ideas que imperan en la sociedad y suenan en nuestra mente como mantras de los cuales no somos plenamente conscientes: “no te sientas nunca mal”, “evita todo malestar”, “se siempre feliz”, conseguimos hacer el 50 por ciento del trabajo. El resto consistirá en tolerar esos estados emocionales con una idea muy importante en mente: a largo plazo, en el futuro, quiero que mi hijo aprenda y entienda que la vida está llena de momentos de injusticia, pérdida, fracaso, decepción, desilusión e insatisfacción con aquello que deseábamos y no ha sido posible conseguir.

Existe una metáfora muy bonita que ejemplifica muy bien este problema y es la del cachorro de tigre:
Imagina que te encuentras un precioso y adorable cachorro de tigre y decides adoptarlo como mascota. El pobre cachorro está maullando sin parar y entonces piensas que debe de tener hambre, así que decides darle un poco de carne, ya que te imaginas que eso es lo que deben comer los tigres. Pero el tigre crece rápidamente y cada vez requiere trozos más grandes de carne, además parece que nunca está satisfecho, cada vez parece más exigente, incluso ya no maúlla como un gatito hambriento, ahora ruge de forma feroz. La adorable mascota se ha convertido en una bestia salvaje incontrolable dispuesta incluso a devorarte si no obtiene lo que quiere. Esta metáfora es útil para tomar perspectiva acerca del presente y del futuro, y ejemplifica bien como muchas veces damos todo a nuestros hijos para no escúchales “maullar” y después “rugir”, al principio parece que nuestra actitud resulta inofensiva, ya que son pequeños y adorables, pero a largo plazo no es así, los niños crecen, con su crecimiento y desarrollo pierden el aspecto infantil, pero los problemas persisten e incluso se incrementan si no sabemos frustrar o si no somos capaces de brindarle a nuestros hijos dosis de realidad. 

En otras entradas os enseñaré ejercicios que os permitan poner en practica esta nueva filosofía de crianza, la cual se enmarca dentro de las terapias de tercera generación, posiblemente lo más actual en el ámbito de la psicología, una de ellas es la terapia de aceptación y compromiso (ACT), la cual como su nombre indica, busca la aceptación de estados emocionales y el compromiso con nuestros valores personales.

 Para empezar, os invito a escribir una lista bien definida de como os gustaría ser como padres, o que valores os gustaría transmitir a vuestros hijos, es muy importante clarificar esto, pues ello será la brújula que guíe nuestras actuaciones y nos ayudará a transitar por esos momentos de malestar y frustración de una manera mucho más llevadera porque tendremos un propósito claro, un objetivo en el horizonte. Si tenemos todo esto en cuenta, ejerceremos la paternidad de una forma más estable, consistente y menos dirigida por nuestras propias emociones.

Un valor concreto podría ser “quiero que mi hijo aprenda a ser responsable”, ese valor importante para nosotros, el cual queremos transmitir, debe traducirse en acciones concretas para que llegue a materializarse, por ejemplo, ser responsable implica guardar los juguetes después de utilizarlos, o guardar los materiales del colegio, en fin, todo dependerá de la edad y el nivel de desarrollo.
Lo verdaderamente importante es saber que el TEA no va a robarnos la capacidad de ejercer control sobre muchos aspectos de la crianza, digo muchos, obviamente no todos, porque algunos como los problemas de tipo sensorial pueden presentar mayor resistencia para nosotros, en este caso, los profesionales de terapia ocupacional pueden ayudarnos mucho a solucionarlos. Tampoco debemos culpar al TEA de todos los problemas de conducta o sobreprotegerles y evitarles frustración solo porque tienen un diagnóstico.

Próximamente escribiré alguna entrada que nos permita ayudar a diferenciar los distintos tipos de rabietas. Lo esencial es reconocer como muchos aspectos de nosotros mismos, de los cuales no somos conscientes influyen en la crianza, en ocasiones debemos trasladar el foco hacia nosotros e iluminar nuestras zonas oscuras para hacernos más conscientes y ver que cuando les ahorramos frustración a nuestros hijos les estamos ahorrando también realidad y que posiblemente en el fondo solo estemos buscando ahorrarnos frustración a nosotros mismos.

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